REMEMBRANZA DEL DR. ORLANDO BERNAL CANALES

REMEMBRANZA DEL DR. ORLANDO BERNAL CANALES

Tuve la fortuna de conocer a Don Orlando, como cariñosamente lo conocíamos, en Sala de operaciones del antigua INEN, aquel ahora lejano mes de junio de 1987. Hablar de sus logros académicos es innecesario pues son harto conocidos, aunque no puedo dejar de mencionar lo innumerable de sus trabajos de investigación (más de 1,200 publicados), los premios Hipólito Unanue ganados y el hecho de haber contribuido a la Sociedad Peruana de Anestesia, Analgesia y Reanimación y a los anestesiólogos del país como Director de las Actas Peruana de Anestesiología por tantos años.

Quiero recordar algunos aspectos de su parte humana. Huachano de nacimiento y de corazón, su origen siempre era fácil de conocer por su calidez como persona. Sus características fueron el buen humor, su alegría y su paciencia hacia todos, especialmente con nosotros los que fuimos sus residentes. Cuando ya no estamos en este mundo eso es lo que más se recuerda de nosotros, los logros humanos, y vaya que el Dr. Bernal nos dejó huella a todos.

Su tolerancia y cariño a los residentes era legendaria. Recuerdo uno de mis primeros días como tal en la especialidad y en una Institución tan estricta como el INEN. Eran tiempos muy duros, estaba ayudando en un caso muy difícil a un residente especial, una categoría de residente que ahora ya no existe más, y él me indicó que rápidamente administrara a un paciente una dosis de atropina pues estaba haciendo una bradicardia muy severa. Recuerdo que en ese entonces solo se conocía el halotano, el éter ya se había abandonado y el ciclopropano no era elección pues tiempo atrás en la sala de operaciones de una clínica de Lima su explosión había matado al paciente y a todo un equipo quirúrgico.

En mi apuro e inexperiencia, administré rápidamente un fármaco por vía intravenosa y tuve éxito, la frecuencia cardiaca empezó a elevarse rápidamente: 40, 50, 70, 100, 120, 140, 180, 200. El problema era que no se detenía. “¿Que le has puesto?’”, fue la pregunta de mi residente especial, “No puede ser atropina”. Revisamos la ampolla y era una de adrenalina que había administrado en bolo y en su totalidad. El paciente casi muere. Gracias a Dios la frecuencia fue bajando lentamente y por suerte la fisiología del paciente toleró el sacudón. Ya me veía fuera del hospital. Grande fue mi sorpresa cuando Don Orlando me dijo que esas cosas pasaban y que tuviera más cuidado la próxima vez. Fue algo impactante para mí. En contraste, un residente de cirugía hubiese sido expulsado de la institución frente a un error semejante. Me tocó el alma y fue un ejemplo a seguir.

En otra ocasión, estando harto del sistema del INEN por razones diversas no relacionadas con la anestesia, hablé con él para irme y dejar la especialidad. El sonrío y me dijo algo muy simple, “Tú crees que en otra institución va a ser diferente. No, cambiarán las personas, pero las situaciones serán las mismas y tendrás que aprender a enfrentarlas”. Eso fue todo lo necesario para desistir y permanecer en la institución por más de 25 años hasta ahora. Resaltar que esa lección me ayudó toda la vida enseñándome a enfrentar situaciones complejas del día a día. Tengo mucho que agradecer a Don Orlando y creo que lo mismo pasa con todos y cada uno de los que tuvimos la suerte de conocerlo. Su lado humano fue excepcional.

Enseñó siempre a través del ejemplo. Como docente universitario, como persona y a través de sus publicaciones. Tenía una increíble habilidad técnica, era pasmosa su facilidad para realizar las intubaciones más difíciles e impecable su oficio en los procedimientos de anestesia regional. Además, demostraba pasión por aprender. Cito como ejemplo su dedicación a la hipertermia maligna, siendo el pionero en esa área en el país y uno de los pocos que manejó esa patología sin las facilidades que tenemos hoy en día. Imaginen enfrentar un cuadro de esta hipertermia sin los monitores y facilidades actuales y cuando el dantrolene solo existía en algunas revistas de investigación. Ese era Don Orlando, lo difícil lo hacía fácil. Ni que decir de su dedicación a la investigación, siempre impulsándonos a que la abrazáramos con pasión.

Discípulo de José Salem y de Peter Safar, médicos anestesiólogos venidos de Estados Unidos, quienes permanecieron en nuestra institución por dos años cada uno. Construyeron juntos con Don Orlando un sistema de residentado hospitalario en anestesia notable y único por muchos años. Eran tiempos heroicos. No contábamos sino con nuestros sentidos; tacto, oído, vista, y sobre todo la experiencia recogida día a día, la que Don Orlando se ocupaba de modelar y mejorar. Fue gracias a sus gestiones que llegaron los primeros oxímetros al instituto, aparatitos increíbles a nuestros ojos, carísimos y muy escasos, los que progresivamente se fueron complementando con otros más de diverso tipo.

Los tiempos fueron cambiando y pasamos a una época tecnológica creciente, pero don Orlando siempre estuvo allí para apoyarnos, corregirnos y siempre hacernos mejorar. Fue un baluarte en la intubación a ciegas y en la retrograda, técnicas hoy casi olvidadas por otras supuestamente mejores. Supo amalgamar la tradición con los avances en la especialidad, logrando el equilibrio que solo se logra cuando la sabiduría te acompaña.

Quiero terminar, solo diciendo algo que no pude decirle en vida. Gracias por todo Don Orlando, por su amistad, su dedicación, su cariño, sus conocimientos y sobre todo su paciencia para llevar de la mano a un novato y convertirlo en alguien dispuesto a seguir su ejemplo. Gracias.

Juan Urquizo Soriano
Anestesiólogo
Instituto Nacional de Enfermedades Neoplásica (INEN)